El viaje a Ñucchu
Estaba pendiente un tercer post sobre Chile para contarles mis visitas a Valparaíso y Puerto Montt y enseñarles las fotos del reencuentro con los amigos. Pero nos quedamos sin internet en la oficina y descuidé mi pobre blog. Hace casi un mes que regresé a Bolivia. Ha volado el tiempo. Estuve en La Paz un fin de semana para asistir a un encuentro entre mujeres constituyentes y parlamentarias, encuentro que fue la excusa para comer rico (peruano y francés), tomar cafecitos en el Café Alexander de la Plaza Abaroa, pasear por El Prado, la zona del Mercado Rodríguez, Sopocachi, recorrer la tiendas de artesanías de la Sagárnaga, ver la celebración del primer año de gobierno del Evo en la Plazuela San Francisco, ir al cine para ver un documental (Salvador Allende de Patricio Guzmán, que me habían recomendado en Chile)... Reinstalada en mi vida sucrense, me doy cuenta que conozco muy poco de los alrededores de la ciudad blanca y me entran las ganas de descubrir Chuquisaca... Sin camionetón, claro, está la cosa un poco difícil. Uno depende de los medios de transportes locales que son lo que son. El sábado por la tarde abordamos un taxi en una plazuela de Yotala, rumbo a Ñucchu. Dos pesos bolivianos para llegar a Ñucchu en el taxi más destartalado de Chuquisaca, en compañía de un trío infernal: el chofer, la novia y la mamá de la novia, una señora de lo más simpática, que nos comentó los atractivos de la zona, por cierto preciosa. Todo esto escuchando los preocupantes sonidos emitidos por el coche y los éxitos gringos de los ochenta, Michael Jackson y demás. Llegamos bien y disfrutamos tanto Ñucchu que se nos fue el tiempo y a las 18h30 sólo quedaba nuestro taxi destartalado, con una llanta pinchada y la batería descargada. Lo de la llanta se solucionó rápido, para la batería tuvimos que empujar todos juntos para que finalmente arrancara y nos llevara de vuelta a Yotala, apretaditos (paramos para recoger a una señora y su hijo varados en el camino; son las solidaridades del campo) pero felices, con una sensación de bienestar y ganas de seguir el viaje. En Yotala, un lugarcito que no tiene desperdicio (su tranquilidad, su estación de trenes en desuso, sus habitantes un poco lentos, la parrillada de la Campana), tomamos un micro para regresar a Sucre. El domingo seguimos con la exploración de los alrededores de Sucre, en un taxi más decente esta vez pero con un taxista igual de empanadillo. Fuimos a Chataquila y Chaunaca, en la Cordillera de los Frailes, por un camino de tierra, subiendo hasta 3600 metros y bajando por un valle verde y caliente, donde comimos galletas de agua y duraznos.
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