Monday, August 10, 2009

Colombia, el riesgo es que te quedes... alucinado

Desde hace unos días, el canal de noticias CNN difunde una publicidad para promover el turismo en Colombia. Es cierto que la imagen de este país afuera necesita una ayudita. El anuncio muestra a varios extranjeros que se han quedado en Colombia para vivir, y están encantados. Una brasileña se quedó en Bogotá, una argentina en Medellín y un británico en el triángulo del café, etc. En Santa Marta, me parece que se queda una sueca o una noruega, parece escandinava, aunque no me he fijado muy bien. Después de que cada persona cuente su trayectoria por Colombia, la publicidad concluye así: “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”. Está implícito que te quedas por voluntad propia, no por secuestro u otra cosa que el estilo. La verdad es que la publicidad está bastante bien hecha; cada vez que me topé con ella, me llamó la atención y la ví hasta el final. Cuando estuve en Santa Marta, me acordé de la escandinava de la publicidad y pensé que sí se quedó, pero, habrá alucinado más de una vez, la pobre chica. Por lo que se me ocurrió el título de este post. Personalmente, aluciné en Santa Marta. La primera alucinación fue con la universidad del Magdalena. No lo viví en primera persona pero escuché las historias de Alfredo. Los alumnos eran unos personajes, a cual más caribeño, que no dejaban hablar al profesor. Este tenía que levantar la mano para pedir la palabra y terminaba agotado. Sobra contar que lo que comentaban los alumnos en clase eran unos disparates. Otras cositas que te hacen alucinar en Santa Marta: el escándalo en las calles, todo el mundo habla, grita, se mete en tu conversación. Viniendo de Quito, el cambio es impactante. Alfredo y yo estábamos en la calle conversando acerca de los planes para el día, está un señor al lado nuestro y sin preguntarnos nada, nos para el autobús que necesitábamos y nosotros nos subimos sin pensarlo dos veces. Lo bueno es que llegamos a donde queríamos llegar. Otro viaje en autobús, esta vez para ir al Parque Tayrona: apenas te subes, una señora te ofrece cocada “porque no hay en el parque, mi hijita”. Sin preguntarte nada, ella sabe que vas al parque, sólo al ver tu pinta de gringo. Más adelante se sube un vendedor ambulante, un señor muy correcto que vende ginseng. Aclara que no está pidiendo dinero y empieza a pegarse un discurso buenísimo que te permite aprender mucho del ginseng, de sus virtudes, de su historia, de dónde se cultiva, de cómo se cultiva... Realmente, muy informativo, salvo que haya dicho un montón de pelotudeces pero era muy creíble. El tipo tenía mejor elocución que muchos políticos y me quedé enganchada. Al final, explica que se trata de una promoción especial y que sólo se podrán beneficiar de ella las primeras seis personas que levanten la mano, y zas, no falla: levantan la mano seis personas para llevarse el ginseng a casa y curarse así de todo tipo de mal. Antes de bajarse del autobús, una vieja le pide hasta la caja donde venía el ginseng. Me quedé alucinada: con que estilo, el tipo logró vender todo el ginseng, sin intentar dar pena, sin aburrirnos, ¡qué labia! Llegamos al parque Tayrona y también alucinamos al constatar la ausencia de información turística sobre un lugar tan especial. Básicamente, fue más o menos así: pagas, te indican algunas cositas, acá está el camino, las mulas, los hospedajes están un poco más adelante y, listo, ándate. Nada más. ¿Serán los efectos de las concesiones de parques naturales a empresas privadas? Sin embargo, pasado el primer momento de asombro, alucinamos con tanta belleza natural, y si no nos quedamos , prometimos volver al Magdalena.

Saturday, August 01, 2009

La ciudad de ladrillos

Estuve en Medellín hace siete años y una de las imágenes que guardaba de la ciudad eran edificios de ladrillos. No me falló la memoria. Medellín es así, predomina el ladrillo de tierra cocida, tanto en los barrios pelucones como en los barrios populares. Esta vez, viniendo de Ecuador, lo que más me llamó la atención fue el dinamismo de sus habitantes, los medellinenses. Fue llegar al centro y percibir una vida que no se percibe en Quito. En Medellín, todo el mundo está en la calle, yendo de un lado para otro, atareado, ocupado, llevando a cabo algún negocio. El nivel de actividad es realmente impactante. Los paisas no han usurpado su reputación de pueblo pujante y emprendedor. Es cierto que el clima de Medellín invita a estar en la calle, es una delicia, ni frío ni calor. Para recorrer la ciudad, nada mejor que los transportes públicos: la buseta, el metro, el metrocable, el autobús para ir del aeropuerto al centro, de la plaza Berrio a la Universidad de Antioquia, de la Universidad al barrio Santa Domingo, de Santo Domingo al parque Lleras... La subida a Santa Domingo por metrocable me ha encantado. El metrocable es un teleférico que prolonga una línea de metro, o sea que uno no tiene que pagar una tarifa especial para usar el teleférico. Había asociado el teleférico a un paseo turístico. El caso del metrocable en Medellín es diferente. Por la topografía de la ciudad, está completamente integrado al sistema de transporte público. Lo usan con frecuencia los habitantes de los barrios populares, ubicados en las laderas de las montañas. Bueno, por lo menos, cuando llega un metrocable a un barrio popular. Es el caso para Santa Domingo y el paseo es fantástico, uno pasa por encima de todo el barrio, pudiendo apreciar la intensidad de su vida social. Me quedé sólo un día en Medellín pero un día bien lleno, especialmente porque la pasé súper bien con Martha, de quien me había despedido en una calle de Abidjan y que no esperaba volver a ver tan pronto. Pero, gracias a la cercanía entre Ecuador y Colombia (tiene también su lado positivo) y el proyecto de renovación académica de la universidad del Magdalena, el reencuentro pudo darse antes de lo que habíamos imaginado.